Día que partíamos. Preparación del viaje, aeropuerto, facturación...
Habíamos barajado varias ofertas y al final optamos por viajar con British Airways,
que haría escala en Londres. Tras, aproximadamente, 17 horas, llegamos al aeropuerto
de San Francisco (SFO), recogimos el equipaje, pasamos el incómodo trámite de la aduana,
donde los policías de turno parecían no tener ningún interés por dejar pasar a nadie
a su país. Ese trato indiferente y frío de los policías de la aduana, no se correspondió,
en absoluto, con el trato cálido y amable que encontramos posteriormente dentro
de Estados Unidos.
Una vez pasada la aduana, necesitábamos alquilar un vehículo. Cogimos un autobús para
dirigirnos al edificio de las casas de alquiler, en el mismo aeropuerto. Tras preguntar en
varias casas, alquilamos un coche de Álamo: un Mitsubishi Mirage automático a estrenar.
En los sótanos del edificio estaban los garajes donde recogimos el auto.
Dimos unas cuantas vueltas por el enorme garaje para acostumbrarnos al coche automático
y, una vez que nos sentimos seguros, salimos rumbo a la ciudad. Allí todo está claro.
Aunque hay ligeras diferencias con nuestras señales y nuestras normas, todo está
perfectamente detallado y señalizado. La entrada en San Francisco a través de la
autopista es realmente impactante: aquellos interminables puentes, las empinadísimas
calles, las pequeñas y coquetas casas bajas frente a los inmensos edificios de cristal
del sector financiero... Nos dirigimos hacia la zona donde debíamos buscar un hotel.
Llevábamos algunos localizados desde España y estaban todos por la misma zona,
cerca del Civic Center. Realmente cansados tras tantas horas de viaje, encontrar alojamiento
no resultó fácil. Allí los fines de semana los hoteles están llenos y ese día
era sábado. Necesitábamos descansar, así que, tras dar varias vueltas sin conseguir
nada más económico, nos vimos obligados a pagar más de lo previsto por dormir, en una muy
agradable habitación del hotel Days Inn, donde descansamos plácidamente, las dos primeras noches.
Por la zona abundaban los vagabundos con carritos del supermercado, donde llevan todas
sus pertenencias, los "homless". Las calles estaban llenas de éllos. Los grandes coches
de policía patrullaban continuamente. Sentíamos una extraña mezcla de inseguridad y
confianza. Estábamos agotados y nos fuimos a dormir. Al día siguiente teníamos mucho
que hacer.