Todavía no nos podíamos permitir levantarnos más tarde de lo previsto
así que, una vez más, y a pesar del cansancio, nos levantamos a las 6. Continuamos por
la C.F.89 y la C.E.12 durante 80 millas, hasta P.N. Bryce Canyon. A este parque le
dedicamos parte de la mañana. Nos habían hablado muy bien de él y queríamos disfrutarlo
todo lo posible. Es un parque pequeño o, mejor dicho, pequeño para aquellos pagos,
comparado con los que hasta ese momento habíamos visto, pero muy bonito. Sus curiosas
formaciones recuerdan la Capadocia turca, pero con un color más luminoso, más dorado.
Los miles de pináculos, con sus miles de pasadizos entre ellos, hacen de este parque,
un parque con un encanto muy especial. Como en el Gran Cañón, existía la posibilidad de
sobrevolarlo en avioneta o helicóptero por poco dinero, pero debido a la
escasez de tiempo, optamos, una vez más, que recorrerlo sólo caminando.
Hacia el mediodía salimos del P.N. Bryce Canyon sobre nuestros pasos hasta Mt. Carmel
Junction y continuamos por la C.E.9, durante 100 millas, hasta el P.N. Zion. De este
parque llama la atención las enormes piezas graníticas, los túneles escarbados a través
de las rocas... En la zona media del parque existe una explanada con bancos, como espacio de
recreo y reposo, totalmente rodeado de paredes rocosas. En este lugar, entramos por
un camino, atravesamos el río que por el valle del parque pasa y continuamos hasta donde
terminaba el camino, allá donde las rocas cerraban el paso. En ese lugar un gran salto
de agua sorprende al que allí llega. Buscábamos un sitio para comer y aquel nos
pareció perfecto. Algunos corzos se dejaban ver cerca de nosotros. Volvimos sobre
nuestros pasos y continuamos hacia el final del parque. La carretera que recorre el parque
llega a su final en una zona amplia, de aparcamientos rodeados de gigantes paredes rocosas,
en algunas de ellas los aficionados a la escalada, se ven como pájaros minúsculos; paramos
el coche y, tras detenernos a contemplar su lentitud de movimientos, buscando seguridad en
las alturas, nos dispusimos a entrar por una senda que camina pareja al recorrido del río,
barranco arriba. Las indicaciones de peligro en caso de crecida del caudal, nos hace mirar
a nuestro alrededor buscando un asidero, y observar las enormes paredes verticales que nos
rodean. En caso de crecida sería dificil salir de allí, pero las crecidas en ese momento son
improbables. La noche va cayendo, y en la parte baja del cañon apenas llega claridad. El
camino se acaba y si queremos continuar debe ser por el cauce del río. Aunque unas cuantas
zapatillas y ropa en el final del camino, nos indica que alguién que ha llegado antes,
efectivamente, ha continuado por el río, nosotros decidimos no hacerlo, es de noche y
creemos que es mejor volver. Al llegar al coche, un ciervo nos acompaña. Le observamos hasta
que se marcha, entramos al coche y salimos de retorno por la misma carretera que vinimos,
parque atrás, hasta la salida del mismo. Ya fuera, la carretera está flanqueada de casas de
madera, hoteles, moteles y campings, durante algunos kilómetros, lo que nos demuestra lo
explotada que está aquella bonita zona natural.
Continuamos hasta la C.I.15 y a través de ésta llegamos a las Vegas. Podríamos decir que
Las Vegas es la ciudad de la luz, pero de la luz artificial. A muchos kilómetros de distancia
ya se divisa la cúpula luminosa que forman las luces de la ciudad. A medida que nos vamos
acercando, la iluminación va tomando forma. El Strip es un auténtico espectáculo. Los enormes
casinos van sucediéndose uno tras otro, desplegando sus luces de neón, sus espectáculos
musicales, luminosos, escénicos... uno tras otro, desplegando sus excesos ante nuestro asombro.
Miles de personas, por la calle, admiran los maravillosos shows.
Nuestra prioridad era localizar un hotel. Normalmente no habría habido problema para
encontrar un alojamiento, pero ese día casi todo estaba ocupado. Al final, nos alojamos en
un aparthotel muy cerca del Stratosphere, en pleno Strip. Allí también se compraba oro y otros
objetos valiosos de aquellos que, habiendo perdido en los casinos el dinero que llevaban,
pretendían seguir jugando, a costa de empeñar sus joyas. La caja donde pagamos la habitación
del hotel estaba totalmente blindada y una pistola presidía el mostrador del cajero
que nos cobró. En un país donde las armas de fuego están al alcance de cualquiera, todas las
medidas de seguridad son pocas, pero a nosotros nos extrañó la naturalidad con que allí se
exhibía aquella pistola. Dejamos el coche en su parking y salimos a dar una pequeña vuelta por
la ciudad. Tras cenar en un casino, nos fuimos a descansar.