Tras el lío de carreteras del día anterior, nos levantamos al amanecer, sin saber muy bien
dónde nos encontrábamos. Al salir del hotel, teníamos la idea clara de que debíamos buscar
Three Rivers, que era la puerta natural hacia el parque nacional de las secuoyas gigantes, pero
no resultó fácil, pues por esta rica zona agrícola, los caminos están asfaltados para facilitar
la comunicación entre fincas, por lo que en muchas ocasiones no se sabe muy bien por donde se
debe continuar, ante la ausencia de carteles indicadores. Después de dar unas cuantas vueltas
por caminos asfaltados, conseguimos dar con la carretera que nos llevaría hacia Three Rivers.
Por fin, entramos en el Parque Nacional de las Secuoyas Gigantes. Apenas habíamos avanzado
algunos kilómetros cuando apareció a la derecha de nuestro vehículo un oso negro. Paramos el
coche para poder observarlo detenidamente. Aunque habíamos estado en muchas zonas de osos, lo
cierto es que hasta este momento no habíamos visto ninguno. Junto con las serpientes de
cascabel era uno de los pocos animales que, abundando en los parques por los que habíamos
estado, no habíamos visto. Las serpientes preferíamos no verlas, pero ya teníamos ganas de
ver algún oso. Nos fuimos contentos. Continuamos unos cuantos kilómetros más, hasta que llegamos
a Moro Rock, una enorme roca a cuya cumbre se llega a través de un escarpado camino rocoso y
muchísimos escalones labrados en la piedra. La subida, aunque cansada, merece la pena, pues
las vistas panorámicas son excepcionales.
Tras volver sobre nuestros pasos, disfrutando del paisaje en la bajada, mucho más
cómodamente que subiendo, regresamos al coche y continuamos adentrándonos en el parque
nacional. Pronto comenzamos a ver ejemplares de secuoyas gigantes sobresaliendo entre el
resto de coníferas que las rodean. Al principio desperdigadas entre el bosque, a medida
que se va avanzando se van haciendo más numerosas hasta que, en determinadas zonas, el
bosque está densamente poblado de ejemplares gigantes. A sus pies uno se siente minúsculo.
Parecen sacados de la tierra de gigantes de las historias de Gulliver. Ejemplares de casi
100 metros de altura y 8 ó 10 metros de diámetro se presentan ante nuestros asombrados ojos.
Los ejemplares más llamativos tienen placas identificativas en las que se detallan
datos como su peso, antigüedad, altura, anchura en la base, su nombre o cuándo ha sido
talado, tirado por el viento o quemado en el caso de ser un ejemplar abatido. Muchos de
los nombres dados a los ejemplares de secuoyas lo son de generales o presidentes americanos.
En el caso de agrupaciones de árboles, reciben nombres conjuntos como "El Senado", o
"El Congreso".
Entre todos los ejemplares hay algunos que llaman especialmente la atención, por ejemplo,
el General Sherman que, según pone en su cartel identificativo, es "la cosa viva más grande
en el mundo", o una descomunal secuoya gigante "quemada", que ardió víctima de un rayo, pero
que aún conserva su impresionante aspecto, que en nada tiene que envidiar al General Sherman,
o una secuoya abatida atravesada en la carretera y a la que se ha practicado un tunel para
que los coches puedan pasar, tunel que está inmortalizado en multitud de fotografías para
posters o revistas. Las secuoyas que han caído no son retiradas permitiendo que sirvan, pasado
el tiempo, de abono natural, pudiéndose, en algún caso, caminar sobre ellas para poder admirar
más de cerca su enorme longitud, incluso hay un caso en el que se ha vaciado, pudiendo
recorrerse la secuoya por dentro... No obstante, en todo el parque, está perfectamente
delimitada la zona transitable a través de senderos, de la zona en la que está expresamente
prohibido caminar y además hay continuas indicaciones de la presencia de osos.
Tras recorrer el parque, y ya bastante avanzada la tarde, salimos del mismo en dirección
a otro parque anexo que es King Canyon, sin tener la certeza de disponer de tiempo suficiente
para visitarlo.
Ya en el King Canyon, siguiendo por la carretera al margen del río, hacemos una primera
parada en una famosa cueva que existe en este parque, pero está cerrada por obras, por lo que
continuamos rápidamente por el margen del río que forma ese cañón. Está atardeciendo y tenemos
que movernos muy deprisa. Apenas nos da tiempo a ver una pequeña cascada y continuamos por la
carretera hasta el final del cañón, punto al que llegamos ya con muy poca luz. Por lo que
vemos, nos parece un parque complementario al Secuoya Gigante, con menos interés, pero lo
cierto es que casi no tuvimos tiempo de apreciarlo ni de patearlo.
Volvemos sobre nuestros pasos y nos dirigimos hacia Oakhurst, para alojarnos, situándonos
muy cerca del P.N. de Yosemite. Llegamos allí sobre las 22 horas, tras haber realizado más de
200 millas por tierras de California. En Oakhurst alquilamos una agradable y económica
habitación en el hotel Ramada y aquí haremos dos noches.