Nos despertaron los ruidos en el tejado. Parecía que se nos viniese el
techo encima. Estaban aprovechando que ya había pasado la temporada veraniega, para hacer unas
reparaciones en las cubiertas de los bungalows y, precisamente, en ese momento le tocaba el
turno al nuestro. Tras mostrar nuestra disconformidad dejando nuestra protesta en la recepción
del motel, nos dispusimos a recorrer Santa Bárbara.
Santa Bárbara es una pequeña ciudad costera, con una preciosa infraestructura turística,
muy cuidada y muy limpia.
En nuestra intención estaba que estos últimos días del viaje, tras lo apretado de la ruta
realizada, sirviesen para relajarnos y disfrutar del mar y de las buenas temperaturas de esta
zona playera, dándonos, incluso, algún baño, pero el tiempo no acompañó y todo el recorrido
que hicimos por la costa fue acompañado de nieblas y un tiempo no muy agradable.
Recorrimos la calle State, donde teníamos el motel, hacia abajo, hasta desembocar en el
océano. La calle State es la calle principal de Santa Bárbara. Por la zona más alejada del
Pacífico, es una bonita zona residencial y por la zona más próxima es una calle turística, de
preferencia peatonal, llena de restaurantes, tiendas, bares y galerías comerciales en general.
Toda esta zona cercana a la playa es muy bonita, con grandes aceras rojas, mucha vegetación y
espacios únicamente peatonales.
Atrás dejamos Santa Bárbara, para dirigirnos a un pueblo que no teníamos incluido en nuestra
ruta, Solvang. Un maravilloso y muy tranquilo pueblo, recreación de un pueblo típico danés. Está
en el interior, pero al no acompañar el tiempo para permanecer al lado del océano, no nos
importó desviarnos. Mereció la pena. Solvang te transporta de continente, tan sólo las banderas
norteamericanas y el idioma te recuerda que estás en Estados Unidos.
En Solvang alquilamos un cuatriciclo techado, un tranquilo medio de transporte con el que
recorrimos las preciosas calles de Solvang, plagadas de casas típicas danesas. La cercanía de
Halloween, llenó las puertas de las tiendas y de la mayoría de las casas de enormes calabazas,
lo que daba un aspecto, aún, más encantador al lugar. Una estatua, regalo de Copenhague, de Hans
Christian Andersen, era el complemento que no podía faltar en un pueblo en el que están
cuidados absolutamente todos los detalles.
Del maravilloso Solvang nos marchamos hacia Pismo Beach, otra vez al lado del Pacífico.
Como su nombre indica, es un pueblo playero, surgido, como tantos otros pueblos, en torno a una
agradable playa que, poco a poco, se va poblando, creando al final una pequeña comunidad. Poco
que decir de Pismo Beach. Quizá en temporada veraniega la impresión que dé no tenga nada que ver
con la que nosotros percibimos. Un pueblo que poco tiene que ofrecer, fuera de temporada, salvo
alguna bonita mansión por la zona alta, desde donde se disfruta de unas bellas vistas. Pero la
enorme playa que tiene hace suponer un verano muy diferente, lleno de bañistas y practicantes
de todo tipo de deportes acuáticos.
Buscando un lugar dónde cenar, recorrimos varios pueblos de los alrededores y llegamos,
finalmente, a San Luis Obispo donde cenamos en un restaurante italiano, compartiendo conversación
con su cocinero, curiosamente, mejicano.
Al final, terminamos en Atascadero, donde estuvimos descansando estupendamente en un
Super 8 Motel.