A través de las mesetas del sudoeste de Estados Unidos, la acción erosiva
del río Colorado ha esculpido uno de los más impresionantes espectáculos geológicos del planeta:
el Gran Cañon. Esta garganta de 1.600 m de profundidad, 250 km de longitud y 15 km de anchura
media, quebrada por los millares de agujas, pináculos, conos y contrafuertes que forman el
laberíntico lecho del río a su paso por Arizona, fue descubierta en 1540 por un español:
García López de Cárdenas. Y fueron también españoles, como el franciscano padre Kino, los
primeros visitantes de los pueblos de adobe de los antiguos anasazi, protegidos por las piedras
milenarias de los cañones. Este excepcional testimonio del pasado de la Tierra fue declarado
Parque Nacional en 1919 y es uno de los lugares más visitados del mundo. En 1979, la UNESCO lo
incluyó en la lista del Patrimonio de la Humanidad.
El Cañón del Colorado ocupa la sección sudoccidental de la altiplanicie del mismo nombre,
que forma parte de la región de los plateau o mesetas del sudoeste de Estados Unidos, enmarcadas
por las Rocosas, al este, y las sierras Madre Occidental y Nevada al oeste. Dichas mesetas se
alzaron a 2.700 m de altura al colisionar las placas del Pacífico y de Norteamérica, hace
millones de años; luego, el río Colorado excavó estratos de distintas edades, compacidad, color
y composición. Así se dibujó el característico paisaje del Gran Cañón, con la posterior ayuda
del viento.
El río Colorado nace en las Montañas Rocosas, cerca del pico Denver; tras recorrer 2.250 km,
desemboca en el norte del golfo de California, formando un gran delta. El Colorado se alimenta
de afluentes de curso permanente (Green y San Juan) y otros intermitentes (Virgin y Little
Colorado); su último afluente es el Gila. Temido durante siglos por sus crecidas, del Colorado
se extrae hoy día tal cantidad de agua para regadíos y abastecimientos urbanos que en su tramo
final ha quedado convertido en un arroyuelo. La construcción de presas como Boulder y Glen
Canyon estabilizó en 7-8º C la temperatura del río, acabando con el aumento térmico disparador
del proceso reproductivo en muchas especies de peces y ocasionando grandes trastornos en los
ecosistemas húmedos adyacentes. El clima es continental y muy extremo, con inviernos muy fríos
y veranos muy cálidos (38º C durante el día, con máximos de 49º C). La distinta exposición de
las vertientes, la orografía y la altitud generan, sin embargo, multitud de microclimas, de
gran importancia en la distribución de las especies vegetales y animales. Las condiciones en
las zonas altas, como la cima del Humphreys (3.851 m), se asemejan a las del norte de Canadá,
y las del fondo del Cañón, a las del sur de Arizona.
Desde el punto de vista biogeográfico, el Gran Cañón ejerce una acción contrapuesta. Por
una parte, es una barrera para la expansión de muchas especies, lo que implica la existencia
de subespecies distintas al norte y al sur del río; por otra, funciona como corredor entre las
áreas frías del norte y las cálidas del sur, a través del cual las especies de ambas áreas
penetran en las mesetas.
La diversidad de microambientes debida a la peculiar geografía del Gran Cañón otorga a su
flora una notable variedad, con más de 1.500 especies de plantas. En los puntos más fríos y
en cotas cercanas a los 2.500 m abundan los bosques de pinos, abetos, álamos y fresnos,
mientras que los valles de las zonas altas presentan un denso tapiz herbáceo plenamente
florecido a finales del verano. Hacia los 2.100 m aparecen los bosques de pino ponderosa, que
suelen ser abiertos, lo que permite al sol alcanzar el suelo y favorecer un sotobosque de
especies típicas de regiones mucho más meridionales: roble de Gambel, algarrobo de Nuevo
México, caobo de montaña, gramas y flores silvestres. Entre los 1.500 y los 2.000 m aparecen
bosquecillos de enebros, punteados aquí y allá por artemisias y yucas de hoja ancha. Por
debajo de 1.200 m, excepto en las zonas de ribera, los árboles casi desaparecen y las plantas
contienden con un ambiente árido con elevadísimas temperaturas; por tanto, predominan las
plantas crasas, como el coleocigne, y numerosas especies de cactus, algunos gigantes, como
saguaros, asientos de suegra, chollas y nopales. Los cactus pueden alcanzar 12 m de altura;
afrontan la sequía almacenando agua en sus tejidos y desarrollando millares de espinas, lo que
disminuye la pérdida de agua por la acción del calor o del viento. En los ambientes de ribera
predominaun taray o taraje oriundo de la península Arábiga e introducido en la región; crecen
asimismo sauces, chopos y diversas especies de álamos.
Las comunidades animales también experimentan la diversificación producida por el mosaico
ecológico del Gran Cañón, a la que se suma la barrera geográfica que éste supone para los
animales no voladores. Algunos mamíferos han evolucionado en subespecies distintas en cada
una de las dos orillas, como es el caso del puma, la mofeta manchada y la ardilla orejuda de
tierra o de Abert, cuya cola es completamente blanca en la subespecie del norte (ardilla de
Kaibab) y sólo lo es por debajo en la del sur. Entre los animales que habitan los bosques
más fríos están el ciervo mulo, el león de montaña, el puerco espín norteamericano, las
ardillas roja y orejuda y el topillo campestre. Entre las aves más frecuentes destacan el
guajalote gallipavo y el tordo (o zorzal) ermitaño, de armonioso canto. Los ciervos mulos
pastan en los bosquecillos de enebros y yucas, que son visitados por coyotes, ardillas y
numerosas especies de roedores. En las zonas de vegetación desértica viven el muflón de las
Rocosas, la mofeta manchada, la ardilla antílope, la rata canguro (packrat) y multitud de
especies de lagartos y serpientes, incluida la de cascabel. La construcción de presas ha
alterado notablemente los ambientes circundantes. Las condiciones de las aguas han variado
tanto que algunas especies de peces, como Gila elegans, Gila robusta y el gran Ptychocheilus
lucius, se consideran extinguidas del Gran Cañón; otras han visto disminuir el número de sus
ejemplares, a la vez que se multiplican especies introducidas, como la carpa europea.
Cuando se habla del Sudoeste de Norteamérica no se hace referencia a un punto cardinal, sino a un conjunto de tierras y paisajes que comprende toda Arizona y Nuevo México, la mitad de Utah y Colorado y partes de Nevada y California, al oeste, y de Texas y Kansas al este. Pero, sobre todo, el término se aplica al único punto de Estados Unidos en el que cuatro estados se tocan: Four Corners. Sus primeros habitantes fueron cazadores-recolectores seminómadas, llegados hacia 9000 a.n.e; se sabe que entre los años 8000 y 7000 a.n.e. fabricaban piedras de moler, sandalias y cestería, y que hacia el año 1000 a.n.e. ya cultivaban el maiz, la calabaza y los fríjoles. Hacia fines del siglo XV, tribus navajo procedentes de Canadá se establecieron en Four Corners. Hallaron una serie de ruinas prácticamente abandonadas y, al no poder identificar su pertenencia, las llamaron anasazi, que en su lengua significa "antiguas gentes", y éste fue el nombre que recibieron la generalidad de los habitantes primitivos del Sudoeste. No obstante, la investigación arqueológica ha demostrado la existencia de grupos culturales diferenciados de los anasazi, sobre todo hohokam, mogollón y sinagua, presentes ya en el territorio hacia 300 antes de nuestra era.
La fase más temprana de esta cultura prehistórica tardía que teiene su origen en la cultura
del desierto cochise es la llamada Cesteros (Basket Makers), que se desarrolla entre los
años 100 y 500. Eran gentes dedicadas a la agricultura (se alimentaban de maíz y calabazas)
y a la caza; vivían en cuevas y enterraban a sus muertos en posición fetal, acompañados de
ajuares formados por vestidos, calzado, pipas, etc. Crearon una cestería muy tosca, pues la
cerámica no aparece hasta el año 450, al igual que las primeras casas-pozo ceremoniales
dotadas de techumbre de troncos, el arco y la flecha como instrumento principal de caza y el
cultivo del frijol y el agodón. La cerámica, negra sobre gris, está intensamente influida por
las culturas hohokan y mogollón.
La siguiente etapa, Pueblo evolucionado (500-1050), se inicia con un notable desarrollo
de la cerámica con motivos geométricos en negro sobre blanco, negro sobre rojo y rojo sobre
naranja. Entre 700 y 900 aparecen las primeras kivas, estancias circulares subterráneas de
piedra con funciones religiosas que, según autores como D. Ambler, funcionaban también como
casa del clan o de los hombres. El crecimiento demográfico trajo consigo un aumento de la
superficie de cultivo y la construcción de presas y depósitos de agua para regadío, así como
de grandes torres y kivas de hasta 25 m de diámetro (900).
La fase Pueblo clásico (1070-1300) se inicia con otro aumento de la población. La
aparición de nómadas guerreros (quizá los antecesores de los ute o paiute) favoreció la
construcción de fortalezas en las mesas y en cuevas (cliff dwellings). La arquitectura
alcanzó un extraordinario desarrollo, así como la joyería, la cestería, la cerámica y el
tejido, y los hallazgos demuestran la existencia de un activo comercio. En el siglo XII
alcanzaron su máximo esplendor las poblaciones establecidas en el valle del río San Juan
y el Cañón del Chaco así como Pueblo Bonito y las grandes cuevas cercanas al Cañón del
Colorado, como Spruce Tree House o Cliff Palace, en Mesa Verde, que en aquella época era
un gran centro ceremonial con 200 estancias y 23 kivas.
Hacia 1300, y por razones aún desconocidas, los anasazi abandonaron sus ciudades y
emigraron hacia los valles de los ríos Little Colorado y Grande y hacia las montañas del
este de Arizona. Es la época del crecimiento de las aldeas al aire libre. Estos "pueblos",
que los españoles encontraron al llegar a la región en 1540, capitaneados por Coronado,
darían el nombre genérico a todos los habitantes de la región. Hacia 1598, la destrucción
de la cultura anasazi a manos de los españoles se había consumado; la población superviviente
se diseminó entre los recién llegados navajos, los vecinos hopi y los mismos españoles.
La primera mención de los navajos procede de un documento español de
1629. Este pueblo, autodenominado dine, "gente", era un grupo apache de lengua athabasca,
como los jicarillas, los mescaleros o los apaches occidentales. Por su condición de pastores
itinerantes, desde su llegada al Sudoeste mantuvieron una permanente confrontación con los
indios pueblo que duró hasta que Kit Carson, en 1863, sometió a los últimos grupos,
recluyéndolos en la reserva de Bosque Redondo. En 1868 el gobierno decidió trasladarolos a
las tierras que hoy ocupan, más de 6,5 millones de hectáreas en Arizona, Utah y Nuevo México.
Los navajos son actualmente el grupo étnico indio más importante de Estados Unidos dada
su elevada tasa de natalidad, que triplica la media nacional. De los 12.000 que habitaban la
reserva en 1868, se pasó a los 35.000 en 1930 y a los 100.000 en 1968; hoy día superan los
175.000. Aunque muchos siguen viviendo de la ganadería ovina y la agricultura, los tejidos de
alfombras y los trabajos de plata y turquesas, en lo que son verdaderos maestros, significan
una buena parte de los ingresos de la reserva.
Los navajos abandonaron pronto el sistema de organización en bandas para agruparse en
familias extensas de filiación matrilineal; la adquisición de las costumbre de que el marido
pasara a residir en casa de la suegra después del matrimonio (matrilocalidad posmarital)
afianzó el papel social de la mujer, que, en cuanto madre y cabeza de familia, sigue siendo
el concepto primordial de la sociedad. Los hogan o viviendas navajo están relacionadas entre
sí por mujeres emparentadas descendientes de las más anciana del clan. Maridos e hijos viven
con ellas. La abuela es la cabeza del clan y la otorga a su marido el permiso para organizar
ceremonias, hacer negocios, ocuparse del ganado y la agricultura. Las alianzas matrimoniales
establecen el principio de la exogamia clánica, es decir, se casan fuera de su clan, y pueden
desposarse con una o varias de sus cuñadas. La importancia de la mujer se reproduce
simbólicamente en la mitología: los dos seres más representativos de sus creencias son la
"mujer cambiante", madre benefactora, y el Sol, que simboliza el padre y al que se ve como
distante y destructivo.
Desde 1934, el órgano de gobierno es el Consejo Tribal Navajo, responsable de la
implantación de programas que incluyen mejoras en los sistemas de riego, construcción de
viviendas, becas de estudio, etc. El Consejo cohesiona la tribu frente a fuerzas externas
como el gobierno estadounidense y las multinacionales, e intenta administrar sus recursos
naturales. Está formado por 74 delegados de 18 distritos, un presidente y un vicepresidente
elegidos por los adultos de la tribu. Uno de sus logros fue la enseñanza de la lengua navajo
en las escuelas de la reserva.
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